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“La censura dio más ruido que el silencio que procuraba”

19/02/2021

Tomás Linn y el periodismo durante la dictadura del 73.

Tomás Linn nació en Montevideo el 16 de noviembre de 1950. Es columnista del semanario Búsqueda, colaborador del diario La Nación de Buenos Aires y profesor universitario de periodismo. Egresó en diciembre de 1972 de la Escuela Superior de Periodismo de Buenos Aires, en Argentina. El 4 de marzo de 1974 ingresó como cronista al vespertino El Diario de Montevideo. Fue jefe de Redacción de dos semanarios opositores a la dictadura: Opción Aquí. En Opción trabajó desde septiembre de 1981 hasta su clausura definitiva por parte del gobierno militar en octubre de 1982.

¿Cómo viviste tu etapa de formación, en los años previos al inicio de la dictadura uruguaya?

Cuando terminé el Preparatorio, que era como se llamaba 5.° y 6.° en ese momento, empecé a hacer exámenes de ingreso para hacer el Profesorado de Historia en el IPA. La historia me interesaba, pero no estaba seguro que quisiera ser profesor de historia. Entonces decidí que lo que quería hacer era periodismo y, además, quería formarme como tal, cosa que en Uruguay no existía. Había cursos de cinco o seis semanas, pero no era una formación terciaria completa como lo que hay ahora. Entonces, me puse a averiguar y en Argentina había una Licenciatura en Periodismo en la Universidad de La Plata y un instituto, el Instituto Grafotécnico, que ofrecía lo que hoy llamaríamos una tecnicatura. Y bueno, me fui a Buenos Aires en el 70, con 19 años. Ahí me formé como periodista, entre el 70 y el 72. A fines del 72 volví a Uruguay y en el año 73 estuve haciendo pruebas. El editor del diario El País me decía: “bueno, hace una nota con esto y vemos qué pasa”. Hice como media docena de notas de prueba. Y además se las llevaba a Antonio Mercader, el editor de un diario vespertino, el diario La Noche. Y él las miraba y me decía: “bueno, cuando haya una vacante…”. Un año estuve así, hasta que en marzo del 74, ya en dictadura, empecé a trabajar en el diario.

Para entender cómo funcionaba el periodismo en la época de la dictadura, hay que tener en claro las etapas del periodismo entre el 73 y el 85. Hasta el 74, que yo todavía no trabajaba en periodismo, se empezaron a clausurar todos los semanarios y diarios que mostraban fuerte oposición. El caso del semanario Marcha o del diario Ahora que pasó a ser semanario y luego fue clausurado… Jorge Batlle tenía un diario que se llamaba Acción —de la Lista 15 del Partido Colorado— y él decidió cerrarlo porque dijo: “¿qué sentido tiene seguir haciéndolo si no vamos a poder decir nada?”. Todo eso ocurrió en esos primeros meses de la dictadura.

Después vino un largo período, del 74 al 80, de diarios sumisos que no estaban dispuestos a contrariar el estado de ánimo de la dictadura: El País, El Día, El Diario La Mañana. Y después El País sacó un vespertino que se llamó Mundo Color. El más opositor, que no hacía mucha oposición, fue El Día, que lo que hacía era publicar todos los días una foto de José Batlle y Ordóñez con alguna frase suya muy republicana o muy democrática, pero no mucho más que eso. Aún así, la vigilancia sobre los medios fue muy dura.

El tercer período es el surgimiento de los semanarios. A partir de Opinar empiezan a surgir varios semanarios de oposición a la dictadura que, junto con Partidos Políticos y organizaciones sociales, son los empujan a la salida. Yo empecé a trabajar en el año 74 en La Noche, que era un diario popular que daba noticias policiales, mucho fútbol, mucho de las carreras del Hipódromo de Maroñas, notas del tipo “el viejito que cumplía 102 años y había peleado junto con Aparicio Saravia en la revolución”... El equipo de periodistas era muy bueno y yo aprendí mucho. Y el ambiente de trabajo era muy liberal en el sentido de poder conversar cosas, más allá de que no las podíamos publicar. No había indicaciones: uno las tenía que adivinar. Y si había que dejar algo claro, había un organismo, la Dirección Nacional de Relaciones Públicas (DINARP) que daba alguna indicación por teléfono. La dictadura nunca mandaba por escrito sus indicaciones. Quiere decir que si algún investigador un día empieza a buscar archivos para ver qué indicaciones daba la dictadura, no va a encontrar nada. En eso fueron muy hábiles. 

¿Qué cosas no se podían publicar?

Todo lo que causara alarma pública. Por ejemplo, en un momento hubo una pequeña epidemia de meningitis y llamaron a los medios a decir que no se podía decir nada. En la discusión pública no existía la meningitis. Lo que sí hubo de golpe fue una vacunación masiva contra la meningitis… Nunca se supo por qué, porque no se dijo.

Otra vez, hubo una serie de crecidas en la ciudad de Mercedes, crecidas muy grandes. Mercedes estaba bajo agua. Y como de nada se podía hablar, para un periodista joven cubrir una inundación era como decir “me saco las ganas de ser periodista un rato”. No fui yo, fue otro chico, pero pobre, lo tuvimos que llamar y decirle que DINARP había dicho que eso causaba alarma pública. En Uruguay no había inundaciones. Y de ese tipo hubo muchas.

La dictadura llegó a censurar al dictador. A poco de haber asumido la presidencia Aparicio Méndez, que fue designado por los militares, fua a San José a una visita oficial. El corresponsal del diario donde trabajaba le pidió para hacer una entrevista y el presidente accedió. Aparicio Méndez dijo disparates contra el Partido Demócrata de Estados Unidos y la familia Kennedy: que estaban apoyando al comunismo, que eran parte de los enemigos de Uruguay… Esto fue antes de una elección en la que Jimmy Carter, del Partido Demócrata, era el favorito.

El escándalo fue tal que los militares dijeron: “el presidente no puede salir a decir estas cosas”. La DINARP clausuró el diario de la mañana por un día y sancionó al redactor responsable del diario de la tarde. Para colmo, se ve que, por presión de los militares, echaron al corresponsal. O sea que la censura era tal que podían censurarse entre ellos mismos y pagar el pato el medio que emitía el mensaje.

¿Vos te sentiste presionado o fuiste cuestionado por tu trabajo?

No, por mi jefe no. Pero uno sabía qué cosas podía hacer y qué cosas no. Había una autocensura generalizada, como reglas de juego no escritas. Yo no cubría política, cubría la Intendencia de Montevideo y era información más técnica: si estaban haciendo obras en el zoológico, si iban a ensanchar Avenida Italia, si iban a poner semáforos en tal esquina… En el fondo era una suerte estar ahí porque no había discusión de qué se podía dar y qué no.

El intendente de ese momento, Óscar Rachetti, fue muy productivo, hizo mucha obra, entonces siempre había cosas para informar. Pero siempre en un tono muy amable, no íbamos a empezar a investigar si se había gastado mucho o poco. En los noticieros de televisión, los periodistas preguntaban a los ministros: “señor ministro, ¿qué novedades hay de su cartera?”. Era como decir: “usted cuente lo que usted cuente y lo ponemos”, pero no había repregunta, no había tal cosa.

Otro caso que me acuerdo fue un colega —que él personalmente trabajó para la DINARP más adelante, o sea que no estaba en contra de la dictadura— que escribió una nota sobre la crisis petrolera desde una perspectiva internacional y le puso como título “La danza de los galones”, porque el petróleo se vendía por galón. Los galones también son las charreteras que usan los militares en el hombro de la chaqueta o de la camisa. Y algún general dijo “este está mandando algún mensaje secreto sobre los militares” y sancionaron al diario, pero la nota estrictamente hablaba de los galones de petróleo.

Otro lío que se armó fue en una gira que hizo el presidente Aparicio Méndez por el interior. El periodista que hizo la nota tituló: “Cientos de personas saludaron al presidente a su paso por tal y cual lugar”. Se armó mucho lío porque había dicho “cientos” y no “miles”. Y eran cientos. ¡No podían ser más de cientos porque no vivía más gente en esos lugares! Sin embargo, los sancionaron… Esto muestra cómo era el clima de trabajo, nunca sabías con qué te iban a salir.

¿A lo largo de la dictadura pasaste por otros medios?

Sí. Trabajé en el diario La Noche hasta el año 82. Pero a fines del año 81 un grupo de amigos que estaba muy vinculado al Partido Demócrata Cristiano, que en ese momento estaba en el Frente Amplio, me llama y me dice “mirá, estamos proscritos, no podemos hacer nada, pero queremos hacer una publicación en tono opositor, que no diga que es de la democracia cristiana ni del Frente Amplio, y que reúna un grupo de periodistas profesionales”. Esa revista salió en noviembre o diciembre de 1981 y yo era el director general y el redactor responsable, o sea era el jefe de redacción, el que estaba en la toma de decisiones y si había algún problema me llamaban a mí. Ese semanario duró un año.

En el correr del año tuvo tres clausuras transitorias, una de dos semanas y las otras de un mes; en diciembre del 82 lo clausuraron definitivamente. A mí me llamaron, ya sea de Jefatura de la Policía como de Inteligencia de la Policía de Montevideo, unas catorce veces para ser interrogado, para ver por qué habíamos publicado algo… A veces me costaba entender qué era lo que querían saber… Me acuerdo una vez que dije “¿para esto me llamaron?”. Era para ponerte nervioso.

Sentía la presión, no era agradable, ibas siempre como a ciegas. Cuando me llegaba la citación, miraba toda la revista de vuelta a ver qué podía sido que les molestara y nunca le embocaba. Iba nervioso, a veces estaba horas ahí adentro esperando.

Me acuerdo la última vez, que el semanario promovió la tesis de Líber Seregni para las elecciones internas. Él había dicho que como el Frente Amplio no iba a tener representación en esa elección, ellos votaban en blanco. Ahí el semanario fue clausurado definitivamente. Vinieron dos policías a la redacción, me citaron a mí y al administrador a la Jefatura; ahí nos dijeron que había un plantel de la Policía en la imprenta y que iban a confiscar toda la edición. Nos hicieron firmar que habíamos sido informados, todo muy correcto, un oficial joven muy amable. Dos días después, era de noche y me tomé el 148 o el 146 a Villa Colón y dos paradas después se subió el oficial que había hecho todo el tramiterío de la clausura. Esto era en el Centro, el ómnibus para llegar a Villa Colón recorre medio Montevideo y el tipo no se bajó nunca. Cuando yo me bajo por la puerta de atrás, él se baja por la puerta de adelante. Empieza a caminar por la calle que yo iba y sentía sus pasos detrás mío. Llego a mi vivienda, pongo la llave, él pasa atrás mío y sigue de largo. A los dos días averiguo que él también vivía ahí. Pero te imaginás toda la paranoia…

En abril del 83, el mismo grupo de gente de ese semanario sacó otro con un perfil gráfico distinto al anterior que se llamaba Aquí. Yo era el editor. Varios de nosotros, durante varios meses, no figuramos. Trabajaba, pero en el elenco no aparecía mi nombre, para que nadie pensara que era continuidad del anterior. Yo creo que Inteligencia de la Policía lo tenía clarísimo. Ahí tuvimos menos clausuras, creo que una sola, pero tuvimos episodios interesantes. Había una organización de derechos humanos, Serpaj, que por lo que estaba pasando dos de sus miembros hicieron una huelga de hambre. La noticia se cubrió. Yo les había dicho a los periodistas que, para evitar problemas, hiciéramos como las agencias de noticias: los hechos despojados de adjetivos o cuestiones de valor. Simplemente contamos lo que pasó. El semanario se imprimía en la madrugada del lunes y se ponía a la venta el martes. O sea que el tiraje ya estaba hecho, pero no se había puesto a la venta cuando recibo un llamado de DINARP: “mire que de lo de la huelga de hambre no se puede dar nada y, si sale, aténgase a las consecuencias”. Llamamos al canilludo, el que reparte a todos los quioscos, y le dijimos que trajera todo a la redacción. Compramos un montón de reglas bien largas y llamamos a amigos y familiares para que vinieran. Poníamos la regla en el borde de la hoja donde estaba la nota y ¡pum!, arrancábamos la nota. Una por una. Llenamos la bañera que había en el baño de la redacción con todos los recortes. Al día siguiente, la edición salió con esa página arrancada. Todo el mundo supo que había habido algo… La censura dio más ruido que el silencio que procuraba.

En el último tramo de la dictadura hubo un momento en que la cosa se puso muy dura. Se instauró en todos los semanarios una forma de censura previa bajo la cual nadie impedía que hicieras nada, pero en el momento en que iba a arrancar el tiraje caía un Jeep del ejército con alto oficial y varios soldados, todos armados, rodeaban la rotativa y permitían empezar el tiraje. Cuando el tiraje estaba completo, el oficial llevaba el ejemplar al comando con la rotativa rodeada de militares armados y allí se decidía si la edición podía salir o no. Si podía salir, salía a la venta. Sino, se requisaba la edición completa, lo que significaba una pérdida total para el medio. Ellos te decían “esto no va” después de que uno hiciera todo el tiraje.

En Aquí pasó algo muy interesante al respecto. Nosotros bajamos los costos del tiraje: salía en colores y decidimos hacerlo blanco y negro, las notas las hicimos con letra más chica para poder imprimirlo en la mitad de hoja de lo habitual. Efectivamente, una vez fue requisado. Tras el primer paro general en 12 años de dictadura hicimos un informe sobre eso y nos requisaron la edición. La gente estaba muy motivada, entonces nosotros hicimos una edición de emergencia de bajo costo de producción que vendíamos al precio de siempre. En este momento en que la población estaba tan motivada se compró el doble o triple de lo que solía a lo largo del año. Fue inaudito el sistema. Fue terrible, te sacaban toda la edición y eso significaba perder un dineral.

Hubo un caso muy interesante, el del semanario Opinar del Partido Colorado, dirigido por Enrique Tarigo, quien en 1980 salió a predicar en contra del plebiscito y terminó siendo vicepresidente de la República. Él imprimió el editorial de ese diario, que nadie tendría que haber visto. En una hoja y en pleno enero, con un calor infernal, salió a repartirlo al centro, en Plaza Cagancha, a la gente que paseaba por la calle. Imitó un poco lo que, en Rusia, durante la época del régimen soviético, hacían los disidentes: el “samizdat”, hojas clandestinas que se repartían de mano en mano. Ese gesto de Tarigo fue muy recordado y se convirtió en un momento emblemático en la lucha por la libertad de prensa.

Los periodistas de los semanarios de ese momento, todos opositores, reorganizamos el sindicato —APU, Asociación de la Prensa Uruguaya— y se convocaron algunas marchas por 18 de Julio protestando hacia las restricciones. Este fue el último gran empuje de presión hecho por los semanarios para recuperar la libertad de prensa. Se trataba de semanarios que atraían a periodistas muy jóvenes. Algunos, como en mi caso, que habían trabajado en grandes diarios y querían salir, hacer periodismo “en serio” de una buena vez. Otros, se iniciaron en los semanarios. Yo era editor del semanario Aquí, tenía 31 o 32 años y el resto de los periodistas eran más jóvenes. Esa generación empezó a hacer periodismo en democracia, de donde salieron los que están en Búsqueda, El País, El Día, Brecha. Incluso periodistas que se hicieron en semanarios y luego pasaron a noticieros de televisión. Fue una generación que peleó sobre el final de la dictadura, que marcó e influyó en el modo de hacer periodismo en el inicio de la democracia.

¿De qué maneras observás que la dictadura ha influido en cómo es la prensa uruguaya en la actualidad?

(Niega con la cabeza)

Ya pasó mucho tiempo. Hay temas que siguen en la agenda, como la revisión de la guerrilla o de los derechos humanos, pero son discusiones que vinieron después. Quizás nunca cerraron bien porque volvió la democracia y muchas cosas comenzaron a funcionar institucionalmente. Se dieron esos dos capítulos en cuanto a qué significó la represión y qué significó la dictadura, la violación de los derechos humanos, etc., que quizá no quedó bien contado.

Pasaron 35 años desde el fin de la dictadura, es mucho tiempo. Como este es un país de viejos muchas veces nos regodeamos en contar cosas del pasado como si fueran del presente, pero son del pasado.

El periodismo de hoy es hijo de los tiempos de hoy, quizá por momentos demasiado. Muchas veces los periodistas jóvenes se olvidan de que detrás de cada noticia hay un antecedente y una historia, que es bueno conocerla. Ha pasado mucha cosa en el país y en el periodismo y la revolución tecnológica, como una de las más importantes, nos ha sacudido para bien y para mal.