En Uruguay se estima que el 15% de las parejas en edad reproductiva tienen problemas de esterilidad. La mayoría de los estudios revela que los porcentajes de infertilidad se dan en un 60% en las mujeres y 40% en los hombres, pero existe más de un 25% de casos en donde el problema radica en ambos integrantes de la pareja. “Igualmente, las causas femeninas aumentan por encima de los 35 años, y se hacen dramáticas luego de los 40, debido a la disminución de la reserva ovárica”, explicó Álvaro Illarramendi, responsable de la Unidad de Reproducción Humana del Hospital Pereira Rossell. Por otro lado, a juicio de Juan Carlos Rodríguez Buzzi, director del Centro de Reproducción Humana del Interior (Cerhin), son más frecuentes las alteraciones severas en el espermograma, las más difíciles de solucionar.
Las técnicas de reproducción asistida comenzaron a realizarse en Uruguay a fines de los años ‘80. Estas prácticas le dieron la posibilidad a muchas parejas de ser padres. Pero no todo es gratis ni sencillo: el camino es a veces largo, frustrante y doloroso.
María, quien prefirió no revelar su nombre real por miedo a ser estigmatizada, se enteró hace 11 años que no podía ser madre. Mientras estaba trabajando, su esposo la llamó para decirle que los resultados le habían dado muy mal y que el diagnóstico era infertilidad. “Nunca me voy a olvidar del llanto de mi esposo, era como el de un niño. Ese momento me quedó grabado para siempre. Inmediatamente le dije que no podía ser, que había que calmarse y consultar a otros médicos”.
Se considera que una pareja es estéril cuando intenta concebir -de forma natural- durante dos años y no obtiene resultados. En ese momento, se debe empezar con los exámenes básicos de esterilidad, en ambos integrantes de la pareja. “Se estudia la parte funcional y anatómica de la mujer, y al hombre se le realiza un espermograma”, dijo Rodríguez Buzzi.
En segundo lugar, a la mujer se le indica una estimulación ovárica con hormonas. Si en ese momento no se concibe el embarazo, el tercer paso es la inseminación artificial, que consiste en la inyección de espermatozoides en la cavidad del útero que van al encuentro de óvulos estimulados, prontos para ser fecundados.
Si de esa manera tampoco se logra la gestación, se puede recurrir a la técnica de más alta complejidad: la fertilización in vitro. Para ello, a la mujer se le practica una hiperestimulación ovárica con hormonas. Cuando los folículos están prontos para ovular, se aspiran y se ponen en contacto con los espermatozoides. Cuando se forman los embriones, los de mejor calidad se implantan en el útero. Los restantes pueden conservarse durante un tiempo indeterminado a 196 grados bajo cero (esto se llama criopreservación). La mayoría de las parejas que llegan a esta instancia decide almacenar los embriones, ya que el porcentaje de efectividad de la fertilización in vitro no supera el 20%.
En Uruguay existen cuatro clínicas que se dedican a realizar este tratamiento de alta complejidad: el Cerhin, el Centro Iberoamericano de Reproducción Asistida (Cira), el Centro de Esterilidad de Montevideo y la Policlínica de Fertilidad y Fecundidad de la Asociación Española. El precio promedio de estos tratamientos ronda los 6.000 dólares.
En Salud Pública no se realizan fertilizaciones in vitro, aunque en 2009 la Administración de Servicios de Salud del Estado (ASSE) realizó un convenio con la clínica Cira para que las usuarias del hospital de Las Piedras y del Pereira Rossell puedan realizarse el procedimiento de forma gratuita. Sin embargo, el acuerdo culminó y cerca de 50 parejas aún esperan completar los tratamientos. A 130 pacientes se les aconsejó que, si querían ser padres, se realizaran una fecundación in vitro. ASSE avaló el tratamiento, que será manejado por la Unidad de Reproducción del Pereira Rossell. Estos embriones congelados están en Cira, y se los podrá transferir en cuanto se concrete la autorización que dio ASSE.
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“Nos abrazamos y lloramos mucho como si hubiera muerto alguien muy querido… En realidad se había muerto un sueño”, expresó María. La pareja tomó la noticia como una prueba más a dar, y nunca dudó en comenzar a transitar por ese camino, el de la lucha. “Somos los dos muy testarudos y no había quien nos sacara de la cabeza que íbamos a ser padres”.
En primer lugar realizaron el seguimiento folicular en la Policlínica de Fertilidad de la Asociación Española, pero no obtuvieron resultados favorables. El siguiente paso fue la inseminación artificial: en marzo de 2003 ella quedó embarazada. “Es muy difícil transmitir la sensación que sentí. Estaba en casa, ese día me habían hecho los estudios bien temprano y faltaba que sonara el teléfono para conocer el resultado. Caminé toda la mañana por el apartamento de arriba para abajo. Sobre el mediodía sonó el teléfono y era la secretaria de la doctora para decirme que estaba embarazada. Todavía me acuerdo de su tono de voz, dulce, alegre, y de mi llanto inmediato. Corté y me temblaban las piernas. Salí corriendo, compré flores y fui a buscar a mi marido al trabajo que quedaba cerca. Cuando salió le dije: ‘estoy embarazada’ y nos fundimos en un abrazo. Recuerdo que me acariciaba la cabeza y repetía: ‘hay que cuidar este embarazo, por favor’”. Hoy su hijo tiene 8 años.
Dos años más tarde decidieron hacerse una fecundación in vitro, pero no resultó, por lo que dejaron congelados varios embriones para descongelar más adelante y transferirlos. Al año siguiente, María volvió a intentarlo pero pasó lo mismo que la última vez: fracasó. Según cuentan, la clínica que los atendió les comunicó que los demás embriones no estaban en buenas condiciones y hubo que desecharlos. “Esa duda la tendré toda la vida”.
En Uruguay no existe un registro oficial de embriones criopreservados. Según explicó Ilarramendi, cada centro lleva un registro de cada embrión que se transfiere, se congela o se vuelve no evolutivo. En Cerin se realizan 120 fecundaciones in vitro por año; el costo es variable dependiendo de cada caso, pero ronda los 4.500 dólares. A su vez, Rodríguez Buzzi confirmó que actualmente tienen alrededor de 100 embriones ciopreservados. El precio aproximado para conservar un embrión es de 800 dólares al año.
El Ministerio de Salud Pública (MSP) controla a las clínicas que realizan procedimientos de reproducción asistida como a cualquier prestador de servicios de salud, según dijo Yamandú Bermúdez, director general de Salud. Se controla cuando una clínica abre, para concederle la habilitación y luego “se realizan inspecciones”. Por el contrario, Rodríguez Buzzi dijo que Cerhin está habilitado desde su inauguración en 1997, pero que nunca recibió una inspección ni le preguntaran cuántas fertilizaciones realiza o cuántos embriones criocongelados tiene. “Si bien acá no se controla el tema de los embriones, nuestra clínica forma parte de la Red Latinoamericana de Reproducción Asistida”, agregó.
La Red Latinoamericana de Reproducción Asistida es el único organismo que centraliza información y establece un protocolo de procedimiento. Además cuenta con información del 90% de las clínicas de Latinoamérica. Integrar la red no es obligatorio para las clínicas de fertilidad; en nuestro país sólo dos centros pertenecen a ella, Cerhin y el Centro de Esterilidad de Montevideo.
Los embriones pueden mantenerse congelados durante un tiempo indeterminado, aunque Rodríguez Buzzi aseguró que “cuanto antes los descongeles es mejor”. Por otro lado, Ilarramendi contó que existen publicaciones de transferencias de embriones que fueron congelados por más de 20 años y tuvieron embarazo evolutivo.
Son muchos los casos en que las parejas deciden congelar embriones. El vacío legal habilita a las clínicas a manejarse con absoluta libertad sobre los embriones que no serán utilizados por la pareja. “No hay nada ni nadie que controle las clínicas ni los médicos particulares. Su procedimiento, almacenamiento, protocolo, etc.”, dijo María. “Que exista un órgano que regule las clínicas es indispensable y es un derecho que deberíamos tener las mujeres que tanto entregamos en estas instancias”.
En la Unidad de Bioética de la Facultad de Medicina este tema es motivo de reflexión. “La cuestión no son las técnicas, sino los derechos humanos y la responsabilidad, de usuarios y profesionales, en el uso de las mismas”, dijo la socióloga y psicóloga Raquel Baráibar, quien forma parte del equipo docente de la unidad. Agregó que, quizá este y otros temas ligados al inicio y al fin de la vida deberían ser objeto de un gran debate nacional. “Dicho debate tendría que incluir un cuestionamiento a los modelos de maternidad y paternidad idealizados, cuya búsqueda a cualquier precio puede obedecer a un mandato social a derribar y no a un verdadero deseo de tener hijos o de transmitir valores a generaciones futuras. Pero, en este aspecto, la opinión es personal”.
Para Baráibar, la tecnología avanzó más rápido que la reflexión de la sociedad y ese es el problema. Ella no cree que las técnicas de reproducción asistida justifiquen el gasto, el estrés y las consecuencias indeseadas. “Pienso que la paternidad no debe ser a cualquier precio. El costo de las técnicas -no me refiero solamente al aspecto económico- me parece excesivo desde muchas perspectivas. La ciencia y la tecnología van a permitir realizar actividades inimaginables y cada vez más rápido, pero eso no quiere decir que se deba seguir adelante con todo lo que la ciencia y la tecnología permitan, sino solamente con aquello que tenga valor social para el conjunto de la humanidad y no para resolver historias privadas; aunque exista demanda”.
Según explicó Rodríguez Buzzi los embriones congelados que la pareja no quiere -con previo consentimiento- se dan en adopción. Mientras tanto, se mantienen congelados. “Los embriones son de la pareja, por eso ellos deciden qué hacer. Obviamente que adoptar un embrión es un regalo, sólo se debe de abonar por el descongelamiento y la transferencia”.
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Luego de un año y medio de buscar ser padres, el diputado Luis Lacalle Pou y su señora decidieron acceder a técnicas de reproducción asistida. “En Uruguay no se tiene información, es un tema que uno no está preparado de antemano y por eso, entre la angustia, tiene que salir a informarse”, expresó.
Decidieron realizar dos inseminaciones artificiales, pero como no obtenían resultados, las técnicas eran demasiado invasivas y los estudios demostraban que les iba a llevar un tiempo largo, decidieron recurrir a la fecundación in vitro.
Por recomendación de un tío ginecólogo, eligieron tratarse en el Centro de Esterilidad de Montevideo. “Todo el camino es muy doloroso, los tratamientos, la angustia de no poder tener hijos, y para la mujer no poder gestar naturalmente… Es un proceso bastante complicado, que por lo general une mucho a la pareja”.
La primera in vitro falló y, según explicó Lacalle Pou, fue muy traumático para la pareja, pero en la segunda in vitro llegaron los mellizos, Luis Alberto Aparicio y Violeta, quienes ahora tienen siete años.
“Es la madre de mis hijos”, dijo refiriéndose a la doctora que les realizó el tratamiento. Desde el principio se sintieron a gusto en la clínica, y más que nada con la doctora, quien fue lo suficientemente afectiva pero nunca exageró en las posibilidades que manejaban. “Lo importante de esto era que si bien te contemplaba, no te generaba falsas expectativas”.
En el tratamiento se fecundaron cuatro embriones, el primero fue el que no funcionó. Luego, de los congelados, fue que surgieron Luis y Violeta.
En febrero de 2011, Lacalle Pou presentó un proyecto de ley sobre infertilidad y esterilidad, que todavía se discute en el Parlamento. “Creo que primero se deben declararse como enfermedades tal como las declara la Organización Mundial de la Salud. El segundo paso sería establecer alguna obligatoriedad, ya sea del Fondo Nacional de Recursos o las mutualistas, para que se abaraten sensiblemente los costos. Luego, deberían regularse las prácticas”.
En 1996, la Cámara de Senadores empezó a tratar un proyecto para regular las técnicas de reproducción humana asistida. En 2003 se estuvo cerca de lograr el objetivo, cuando la cámara alta dio media sanción a un proyecto del ex senador Alberto Cid que abarcaba definiciones, condiciones, requisitos y sanciones. Pero no prosperó.
La Comisión de Salud Pública de la Cámara de Diputados retomó este año ese proyecto de ley junto con el del diputado Lacalle Pou. Considerando ambos textos, los integrantes de la comisión redactaron un nuevo proyecto que están revisando e intentarán completarlo antes de fin de año. Es un texto menos complejo y abarcativo que el de Cid: se que declara a la esterilidad como una enfermedad, se prohíben los manejos genéticos, el uso de embriones para investigación y, a diferencia del proyecto de Cid, permite que las mujeres solas puedan acceder a estos tratamientos.
Para Ilarramendi no se necesita una ley para hacer esta u otra técnica en medicina. “Si esto fuera así habría que hacer una ley para millones de tratamientos. Hay que tener la voluntad política de implementarlo desde MSP y buscarle financiación, por ejemplo, desde el Fondo Nacional de Recursos. Sería bueno que pudieran acceder a estos tratamientos tanto las parejas del sector público como las privado”.
María también reflexiona sobre el tema y se pregunta qué pasa con las mujeres de estratos bajos que quieren ser madres y no pueden. “Mueren en el intento, no es justo, seguimos teniendo salud para ricos y salud para pobres. El acceso a estas técnicas debería ser un derecho de toda mujer y todo hombre uruguayo que así lo necesitara”.
Todos los meses, María sospecha que está embarazada, pero luego se da cuenta que no y su sueño vuelve a romperse. Igualmente, es inmensamente feliz con su hijo. “Me siento satisfecha porque hicimos todo lo que estuvo a nuestro alcance y porque con mi esposo dimos la lucha buscando ese sueño. Ahora, gracias a esa técnica tenemos un hijo hermoso: hay que animarse, pero debería ser más fácil para todos”.
¿Qué es Procrea?
Uruguay Procrea surgió hace tres años. “Al principio, sólo éramos algunas personas que se juntaban una vez por mes, para compartir experiencias, comentar datos, y darnos soporte moral y espiritual”, dijo Cristina Mendoza, presidenta de Procrea. Luego de un tiempo, al ver que no existía un marco legal regulatorio para las clínicas que actualmente operan en Uruguay, decidieron ir al Parlamento. Pidieron entrevistas con la Comisión de Salud, con el fin de impulsar el Proyecto de Ley del ex senador Alberto Cid. “No tuvimos mucha repercusión, y por eso decidimos fundar una Asociación Civil, para tener algún peso jurídico”.
En julio de 2010 firmaron el Acta Fundacional de Uruguay Procrea, y lo presentaron ante las autoridades pertinentes. Este año lograron la Personería Jurídica y, por ende, hoy funcionan como una Asociación Civil sin fines de lucro.
“La idea principal de Uruguay Procrea es incidir en las decisiones de los parlamentarios y pedir que se controlen las clínicas, ya que no existen siquiera protocolos estandarizados a seguir: y lo que es peor, nadie audita el manejo del material genético que se realiza. Creemos que como la incidencia es muy alta (entre un 15 y 18%) Uruguay no puede obviar este asunto, teniendo en cuenta el problema demográfico que tenemos, con una población sumamente envejecida. A su vez, Uruguay Procrea está buscando la forma de darle apoyo económico a las parejas socias, con el fin de aliviarles en algo este proceso tan largo y doloroso, y además, costoso”.
Uruguay Procrea está integrado por distintas personas, principalmente con algún problema de fertilidad. Sin embargo esto no es restrictivo.
Situación regional
En Argentina hace 20 años que se realizan tratamientos de fertilidad pero no existen leyes ni reglas. En 1999 la Cámara Civil ordenó al gobierno que realizara un censo semestral de embriones, pero la causa estuvo detenida hasta 2006. Ese año solo ocho de las 18 clínicas acreditadas enviaron sus datos, registrando 12.000 embriones.
Por año se realizan 7.500 fertilizaciones in vitro, sin embargo la adopción de embriones cuesta entre un 10% y un 30% menos que los tratamientos de fertilidad, razón por la cual las adopciones aumentan cada año, sin control del Estado.
Por el contrario, en Brasil hace tres años que se creó el Sistema Nacional de Producción de Embriones (Sisembrio) que depende de la Agencia Nacional de Vigilancia Sanitaria, organismo que se encarga de regular la producción de embriones mediante un banco de datos que reúne lo almacenado en las 120 clínicas existentes. Las mismas tienen 60 días para pasar los datos del año anterior a Sisembrio.
Según información publicada en portales de noticias argentinos y brasileños, y en la página de Presidencia de Brasil, en el año 2010 se congelaron 21.254 embriones.
“Argentina nos brindó más seriedad”
“El peor momento fue cuando tuvimos en mano el resultado del primer espermograma, porque con el conocimiento que teníamos nos dimos cuenta que tener un hijo en forma natural iba a ser virtualmente imposible”, contó Cristina Méndez, presidenta de Uruguay Procrea.
Al principio, Cristina y su marido tendieron a dejar todo como estaba, empezaron a aceptar una vida sin hijos. Después de un tiempo, ella entró en una profunda depresión y acudió a buscar ayuda. “Tuve la suerte de dar con un excelente ginecólogo que me orientó muchísimo y que nos puso todas las opciones sobre la mesa. En ese momento, empezamos a investigar cuáles eran las clínicas de nuestro país que trataban nuestra patología y emprendimos el largo periplo de consultas, más exámenes y evaluaciones de todos los tratamientos disponibles”.
Al igual que muchas parejas, primero les realizaron tratamientos baja complejidad (relaciones programadas, seguimientos foliculares, tres inseminaciones artificiales). Una vez que eso no funcionó, les sugirieron una fecundación in vitro. “No llegamos a realizarla, ya que en base a nuestras investigaciones, ese no era el tratamiento adecuado, sino que lo era una ICSI”, proceso en el que se "inyecta" el espermatozoide sano dentro del óvulo.
Según relató Cristina fueron meses de mucho estrés, debido a que la etapa diagnóstica como los tratamientos, además de ser muy caros, son dolorosos y vergonzantes. “La pareja pierde intimidad, hacer el amor deja de ser por placer para pasar a tener solo un fin reproductivo. Toda la pareja se ve golpeada, incluso nosotros tuvimos una crisis muy fuerte. Mi marido se resignó mucho más rápido que yo, y comenzó a barajar otras opciones, adoptar o vivir sin hijos. Sin embargo, para mí, en mi condición de mujer, con un fuerte instinto maternal, fue muy difícil aceptar lo que nos estaba sucediendo”.
Para Cristina la infertilidad no es sólo un problema físico, muchas de las parejas -sobre todo las mujeres- padecen de depresión durante el proceso. Siente que el estigma social es muy fuerte: “constantemente nos preguntan ‘¿Para cuándo los hijos?’ o me dicen ‘Relájate y te embarazás enseguida’. Muchos comentarios son bien intencionados, pero caen pésimo. ¿Cómo explicarle a alguien que yéndome de vacaciones no voy a quedar embarazada? ¿Cómo explicarle a quien me sugiere que me compre un perro que eso no llenará el vacío que siento? ¿Cómo manejar ante mis amigas y familiares que cuando una de ellas se embaraza ‘mágicamente’ o sin quererlo, yo siento una rabia profunda? No se puede explicar con palabras lo que es estar pendiente de la ovulación, del moco cervical, de las vitaminas, de las ‘soluciones mágicas’ que la gente plantea. Una llega a hacer cualquier cosa con tal de lograr su objetivo. Y mes a mes, ante la evidencia de un embarazo no logrado, la rabia, la tristeza, la angustia son muy difíciles de manejar”.
A Cristina le duele no poder compartir con sus hermanas las charlas sobre pañales, mamaderas, guarderías, colegios: simplemente porque hoy su certeza es que nunca va a pasar por eso. En los peores momentos dice haberse sentido enojada con el mundo, incluso, he dejado de tener ganas de vivir. “Todo pierde sentido, nada se disfruta. Atrás queda la alegría por logros profesionales, los laborales, etc. Todo pierde valor, porque algo que debería ser natural, no lo es”.
Junto a su marido, consultaron en Argentina porque sintieron que las clínicas locales no les daban las suficientes garantías. Cuenta indignada que antes de darles el diagnóstico, les hablaban de dinero y eso les parecía terrible. “El trato no fue el mejor, y sentimos que si no encontrábamos un médico con el que lográramos empatía, no realizaríamos nada”.
Entonces averiguaron sobre clínicas en Argentina y Brasil. Por referencias y por búsqueda, dieron con dos clínicas en Argentina muy reconocidas, que manejan un volumen de pacientes muchísimo más grande que las de Uruguay. Cristina afirmó que utilizan mejor tecnología y que el trato es completamente diferente.
En la clínica CEGYR se realizaron una ICSI, en el año 2010, pero por más que consiguieron embriones de buena calidad, no se logró el embarazo.
“Hoy estamos preparándonos, económica, mental y físicamente para encarar un nuevo tratamiento en febrero de 2012”.